Algunas veces no está de más que recordemos o nos hagan recordar cuestiones que, por habituales, dejamos a un lado o no valoramos en su justo término, anteponiendo otras que nos tapan y no nos dejan ver la realidad. Todo lo que voy a decir es una perogrullada, pero escribiendo centro las ideas y si alguno de los dos o tres que leen esto también se sirve de ellas , pues perfecto.
La semana pasada tuve un encuentro con un abogado de un gran despacho, quizás de los 5 mejores de España. Para un abogado de provincias (yo), joven (yo), autodidacta (yo), con un despacho pequeño pero propio (yo) y que creo que estoy en el camino, pero sabiendo todo lo que me queda, hablar con un gran bufete impresiona. Debe ayudar también el hecho de ser de pueblo, que siempre que estás delante de un edificio alto miras hacia arriba, casi cohibido. Además, hablar con gente de Madrid o Barcelona también te corta, al menos al principio, porque nos tratan a los del sur como marroquíes del norte, y aseguro que no exagero. Esa impresión, no obstante, no deja de ser hasta buena para no perder tu identidad, que es lo único que tienes. Su actitud fue prepotente en sí misma, prepotente hacia su cliente y también hacia mí. En el trasfondo había un malestar por ciertas anotaciones que yo había hecho sobre su trabajo, ciertos errores señalados. Lejos de estudiar la posibilidad de que el provinciano tuviera razón, insistió y le hizo defender su postura con prepotencia y chulería. En mi caso, que el calor me da más calor, le respondí educada pero tajantemente acerca de lo que su apreciación jurídica iba a perjudicar tanto a su cliente como al mío. Posteriormente ha rectificado, pero claro, a mi no me lo ha comunicado. Yo solo soy el abogado provinciano. Lo sabemos mi cliente y yo, también el abogado, pero no su cliente.
El caso es que últimamente he tratado con varios grandes bufetes, con empresarios bien situados, sin que ello me haya repercutido profesionalmente. Superada la impresión inicial, no podía creerme que esas grandes empresas y esos grandes bufetes funcionaran igual que mi cliente y que yo, que somos unos “pringados”, dicho sea cariñosamente. No existe diferencia entre el abogado de esos grandes bufetes, esos abogados que cobran a 250 € la hora y un buen abogado de provincias, que se estudia cualquier asunto y lo puede defender perfectamente. No existe diferencia entre esas empresas que tienen varias decenas de millones de euros para invertir y las medianas empresas de provincias. Sus gerentes se equivocan a diario, los abogados se equivocan a diario y proponen cuestiones que son enormes gilipolleces, cosas que nosotros, los “pringados”, las empresas chicas que quieren trabajar con las grandes y los abogados de provincias, ya sabemos y hemos descartado antes de sentarnos a la mesa. Sólo nos ganan en una cosa: todo lo exponen con una grandilocuencia, con una aparatosidad que inicialmente abruma, aunque finalmente te sobrepones.
Pero lo mejor no está sólo ahí. Lo mejor es que esos grandes empresarios y grandes abogados se apoyan unos a otros, y unos en los otros, para defender sus gilipolleces y para aplastar a los “pringados”, a los que sólo nos cabe oír, ver y callar, y prudentemente proponer con posterioridad alguna alternativa, motivadísima y, después de dejar que se estrellen estrepitosamente, dejar que te propongan tu previa propuesta como suya propia, porque ellos son los que saben, y, además, tú como abogado de la parte débil, no puedes decir que ya lo habías avisado y que la propuesta que ahora se pone sobre la mesa, y que a la postre es la que triunfa, es la tuya, pues el objetivo es lograr que se haga lo que tu cliente, empresa pequeña, va buscando y tú, abogado “pringado”, te callas y recoges tu propio reconocimiento y el de tu cliente y, supongo, que en el fondo el de los verdaderos pringados, aunque nunca se hará público.
Es más, si en alguna ocasión puede el gran gerente de la gran empresa te dirá que para crecer tienes que bajar precios y a la vez dar calidad, y que él tiene mucha suerte de tener contratado al bufete tal o cual, que son los mejores y ….. Y digo que se apoyan, porque creo que existe un sistema establecido que, aunque a las empresas les cueste caro, han de mantener, para diferenciar las ricas de las pobres, las de arriba respecto de las de abajo.
Después de estos encuentros y para no perder el objetivo ni creerme nada, tuve que volver al principio y busqué en el DRAE la voz calidad: Propiedad o conjunto de propiedades inherentes a algo, que permiten juzgar su valor.2. f. Buena calidad, superioridad o excelencia, precio: Valor pecuniario en que se estima algo, y servicio: Econ. Prestación humana que satisface alguna necesidad social y que no consiste en la producción de bienes materiales, para llegar a la conclusión de siempre y que no debo olvidar, la calidad no está reñida con el precio, ni éste con un buen servicio o de calidad.
Yo sé que nunca voy a poder cobrar lo que esos grandes abogados ni mis clientes van a ganar lo que esas empresas, ni los gerentes de estas pequeñas empresas van a ganar lo que los gerentes de esas grandes empresas, pero eso no nos quita el hecho de que podamos hacer cosas de calidad, prestar servicios de calidad, sin ser caros o tan caros. Y lo más importante, nadie es mejor que nadie. No existen ni David ni Goliat.
lunes, 7 de diciembre de 2009
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